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Por Oscar aleuy , 8 de marzo de 2025 | 20:45

¡Varisto! ¡Varisto! Ven comer tu café, Varisto!

Imágenes que viajan al encuentro de los ambientes de la historia, el centro de Puerto Aysén hacia 1935 cuando llegó el bombero Aleuy, quien aparece en la esquina de la segunda foto a fines de los años 90, Coyhaique. (Fotos Museo Regional)
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Era muy divertido escuchar esta historia de un hombre que le gritaba a su nieto la frase para que no se olvide que tenía que estar sano para vivir y llegar a tiempo a comer el café del desayuno.

Despacito nos tenemos que dormir, para que la lluvia pare un poco y se nos duerman los chicos que tanto corrieron hoy, me dice en tono jovial y alegre, don Evaristo Huenchuñir. Mi viejo se mete al mundo de los vivos y me sigue contando en sueños la gritada de ese abuelo antiguo, que cuando niño su propio abuelo le hacía despertar de sus largos sueños con la recordada cantinela:

―¡Varisto, Varisto! ¡Ven comer tu café, Varisto!

Mi viejo lindo se murió de verdad en un asilo con enfermeras cerca de Pedro de Valdivia. Era fundador de la primera, en tiempos de la Meche. Pocos se acuerdan de la Meche. En medio de la noche, con ulular de sirenas lo fueron a enterrar a Baquedano 100 con los ojos llorosos por el humo de los fogones y la pena enfermante de la ausencia. Pocos lo despidieron para lo que significaba en las vecindades de los 40, pero eso no hubiera tenido mucha importancia para él que era bien quitado de bulla, pero se emocionaba por todo y se notaba cuando tragaba saliva y tomaba aliento nuevo mirando pa’bajo.

¿Y pa qué voy a querer un campo si no sé ni andar a caballo?

Uno que fue Intendente lo llamó un día a su despacho al pelaíto Aleuy para darle a elegir un campo. Porque antes se arreglaban así los bigotes ciertos malos políticos que ahora abundan también y más que antes. Hay un campo disponible para ti, en Valle Simpson le dijo. ¿Y qué voy a hacer yo con un campo si no sé ni andar a caballo?, le respondió. Y perdió, porque hoy seríamos hacendados de vida cómoda y en vez de auto como todos, nos subiríamos a un caballo. O a un tílburi como los ricos de principios de 1900 en Santiago. 

Aunque andar a caballo en una ciudad ahora es raro. Todos los días en Villanelo donde vivo ahora, bajan cuatro caballos de chicos poblacionales que trabajan en el plan cerca del mar y cobran por una vuelta a la manzana de los chicos. Los pingos están bien cuidados y se los llevan a diario a su casa un poco más arriba de donde vivo, camino a la pobla Nueva Aurora que es de las más malas.

Las radios y los Acevedo

―No te puedes ausenciar ― me decía papá cuando su chico llegaba a almorzar atrasado porque el partido del sitio de la plaza se había ido a los penales. Ponía la Minería para escuchar las noticias y nadie hablaba mucho por eso salimos callados y ausentes. Mucha radio, el vicio de los 60, oír hablar por los parlantes como que da coraje para modular después sin que se vayan los giros de pronunciación y uno no se coma las eses como guacho bocafloja. Imitábamos a esos viejos locutores, Renato Deformes, Petronio Romo, Ricardo García. Creo que era la Nuevo Mundo la radio que más escuchábamos en Onda Corta.

Ese Varisto existió en realidad, en Puerto Aysén. Mi viejo era niño, barría todos los días la calle porque si no lo hacía, su tío no le daba permiso para ir a quedarse mirando el río todos los días. Me obligaba antes de almuerzo que fuera donde Acevedo a buscar un botellón de Pommard blanco, era la hora de almuerzo a la una y don Elías o doña María siempre sonreían y me pasaban la botella, después me paga el pelaíto me decían. La botillería de los Acevedo Marín de calle Dussen.

El viejo sabía historias. Me contaba después de los postres cuando se tomaba un Maalox con agua de menta para la gastritis, y contaba esas historias que salían solas.

Huenchuleo y ese tal Cerna que mató a un Foitzick

Pasó por sus contadas el famoso teniente Jerónimo Huenchuleo Montanoff. Cansados y casi muertos de frío seguían avanzando por entre el viento y las ventiscas, mientras Zúñiga metía la mano bajo el poncho de castilla para sacar el croquis, el paco mapuche oteaba el viento y la ubicación del sol.

En la plaza de Aysén cuando se hace entrega a bomberos de Coyhaique el carro palanca de los bomberos de Pto.Aysén (Foto Museo Regional). Otra vecindad de la época, la calle pincipal Chile-Argentina (Foto Grupo NLDA)

—Vamos mal Huenchuleo, le decía. Estamos errados en el rumbo, esta no es la dirección.

—¿Sabe qué más capitán? Mejor es que sigas tú con tu mapa y yo sigo solo por acá.

—No puh, si en el mapa aparecen anotadas todas las cosas.

—La mapa no sirve capitán, tú tienes que seguirme a mí. Esa mapa no sirve, ya te dije.

Un tal Cerna acostumbraba a tomar solo en las cantinas o en las ramadas, y su presencia llamaba la atención, aunque sólo sus amigos y conocidos lo trataban sin problemas. Uno de los tantos Foitzick, al tratar de buscarle conversación y ser amable con él, fue víctima del odio de Cerna. Bastante borracho y descontrolado, le descerrajó un tiro a Foitzick, cayendo éste herido de muerte. Fue condenado a cumplir pena de cárcel en Santiago, regresando unos seis años después. Y siguió con lo mismo, hasta que alguien cobró venganza, disparándole y causándole la muerte.

Otras de Mascareño, y unos carabineros Leal y Jaramillo

Mi viejo me llenó la cabeza de historias en el tono amigable que tenía. Le gustaba contar cosas que sabía. Se paseaba por los sucesos del hotel de Mascareño donde el vasco y su mujer Betzabé se hicieron famosos.

Casi siempre el simpático vecino aplicaba la misma fórmula con toda su clientela, especialmente si llegaban de a dos. Sírvanos dos coñacs, le pedían. Y traía la bandeja con una buena botella de coñac y…tres vasos. Conversaba y departía alegremente con ellos disfrutando de su vaso de coñac. Y cuando se iban y pedían la cuenta, cobraba los tres vasos. 

Destacaba por jugar muy bien al truco y tenía una deformación del meñique, que algunos mencionan como una uña larga, pero era una especie de dedo deformado que siempre llamó la atención y que aprovechó de usar muy bien cuando jugaba al truco o al póker en rueda de amigos. Para escamotear los naipes y esconderlos o moverlos distinto.

Papá se acordó del cabo Leal, cuando tuvo que desenterrar un cadáver y trasladarlo hasta Coyhaique montado sobre su propio caballo. El cadáver viajó con unas varas sobre la montura, erguido y con una carpa, haciendo lo posible para pasar los ríos sin que se lo robe la correntada. 

No se le olvidó el sargento Adán Jaramillo cuando contaba sobre el cadáver que trajeron a Chile Chico y él se quedó a hacerle guardia mientras avanzaba el papeleo. Como había tanto viento, en un momento el cadáver se movió bastante y comenzó a mover la cabeza y dio la impresión que pestañeaba.

Jaramillo, haciendo uso del reglamento por estar en presencia de un superior, se cuadró con el gesto riguroso, haciendo sonar las botas y gritando ¡A la orden señor! 

Don Evaristo pasa otra vez y siempre por estas historias. Ya no es el niño que el abuelo llamaba a gritos para que vaya a comer su café. Pero la llamada a gritos siempre me conecta a ese sonido melancólico, lleno de intenciones que nos hacía volver a esos años con la típica voz del bombero  fundador. Como si ya faltara muy poco para que uno también se vaya de este mundo. Despacito. Sin que se note.

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Oscar Aleuy, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas  y memoriales de las vecindades de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en un difícil trabajo.

Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia, niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas  en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.

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