Una reflexión sobre educación y la identificación de iniciativas que funcionan

Una columna de opinión de Valentina Quiroga, gerenta de Desarrollo Humano de Fundación Chile

La educación ha sido declarada un objetivo clave para el desarrollo sostenible por las Naciones Unidas en su Agenda 2030, comprometiendo a los países a garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad. En este contexto, la reciente conmemoración del Día Internacional de la Educación nos ofrece una oportunidad ideal para reflexionar sobre los avances y desafíos de nuestro país.

Al observar evaluaciones recientes, surgen luces y sombras. En 2023 hubo un alza relevante de resultados de aprendizajes alcanzando los niveles prepandemia. Sin embargo, se profundizaron las brechas de género y en una mirada de largo aliento el bajo porcentaje de estudiantes que logra el nivel adecuado de aprendizajes resulta doloroso e intolerable. En matemáticas llevamos años en que esta cifra es del orden del 20%. En lectura, un 40% de niñas y niños de cuarto básico logra el nivel adecuado, pero luego en segundo medio esto cae a un 20%. En el subsector de SLEPs, la primera evaluación arroja una mejora significativa de este sector respecto al sector municipal, pero en agregado, la educación pública está lejos de alcanzar el nivel deseado. En una mirada de aún más largo plazo, PIACC nos mostró que más del 50% de la población adulta no tiene habilidades lectoras ni de pensamiento matemático, aunque muestra avances importantes de los jóvenes respecto a las personas de mayor edad.

Existen razones para la esperanza. En comunidades educativas de todo el país están ocurriendo iniciativas que demuestran que mejorar es posible. Desde la alianza público-privada Sumar Saberes, estamos identificando iniciativas efectivas para escalar su impacto.

En ese propósito, hemos distinguido tres aspectos que lo limitan. Primero, las iniciativas efectivas no son diseñadas para aplicarse a gran escala, lo que se traduce en que demandan demasiadas condiciones para funcionar bien e implican un alto costo. Segundo, no se debe subestimar la importancia del contexto y el tiempo que toma probar en diferentes condiciones para ajustar los diseños hasta lograr uno que pueda escalar impacto. Finalmente, está el desafío para lograr el protagonismo y apropiación por parte de equipos docentes y directivos, así como la voluntad de sostener las iniciativas por la cantidad de años que se requiere para lograr el escalamiento.

Son temas en los que estamos trabajando para contribuir al anhelo país de acelerar la mejora de aprendizajes. Experiencias como las Sobral en Brasil o Pratham en India, que han mejorado de forma masiva el aprendizaje en niñas y niños, nos enseñan la importancia de sostener en el tiempo las agendas y del uso de evidencia para la toma de decisiones.

Escalar el impacto de iniciativas efectivas no reemplaza la relevancia estratégica de que los diversos sectores acuerden una agenda que trascienda gobiernos en ámbitos claves: educación parvularia, carrera docente, directiva, gestión de la educación pública, entre otras. Pero puede entregarnos miradas complementarias y agendas con logros en ciclos gubernamentales, que nos hagan recuperar la esperanza y convicción de que, trabajando juntos, lograremos salir del estancamiento.

La reflexión internacional acerca de la educación nos invita a un diálogo constructivo y a tener una visión de largo plazo. Las transformaciones que necesitamos no se verán reflejadas en un año, ni en un solo gobierno. Por ello, es fundamental acelerar el paso con acuerdos que legitimen un proceso sostenido para el bienestar de las generaciones futuras.