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Por Oscar aleuy , 14 de enero de 2024 | 16:00

El nombre Rancho Grande y el fenómeno social que logró provocar

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FÁTIMA, EMA Y OLGA CARRASCO FOURNIER, hijas de Hernán Carrasco Guarda, Rancho Grande. (Foto familia Mansilla)
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Numerosos vecinos y habitantes del Coyhaique de los 50 y 60 nunca podrían olvidarse de los rincones de un restaurant tan carismático y obsequioso. Hasta el presidente Ibáñez lo visitaba frecuentemente. (Continuación de la crónica)

—¡Mire que ponerle el Rancho Grande! —le dijeron todos. ¿Rancho Grande no era una canción mexicana? Rancho dejó pasar la broma y con calma y prudencia dijo:

—Por ahora, le vamos a poner el nombre. Ya vendrá después la explicación. Eso sí, esto de México no tiene nada.

Meses después, a petición de la gente de los Almacenes, que era una especie de sucursal de la Pulpería de la Estancia, Alberto Brautigam lo llamó para ofrecerle hacerse cargo de las compras de sus predios y campos, los animales, vituallas y suministros, y también los quehaceres de la compra de lanas que llegaban en camiones repletos para que Rancho hiciera los negocios, las comprobaciones, los controles y finalmente los pagos. 

El restaurante sumó a sus servicios gastronómicos una especie de sucursal de los almacenes de don Alberto, donde muchos ganaderos trajeron sus carretas o vehículos con fardos de lana para pesarlos y pagarlos. Era un trabajo arduo y complejo, pero le gustaba. Además, Brautigam pagaba muy bien y era su hombre de confianza. 

En 1944 estaba ya consolidada la parte poblacional de Coyhaique y se había extendido la construcción de calles, manzanas, veredas y soleras. Se manejaban pozos de agua, canales y zanjones de aguas servidas, y la gente iba y venía a pie, a caballo o en carretas a cualquier punto que se encontrara en las rutas a Aysén, Coyhaique Alto y Balmaceda. No habían llegado muchos vehículos y sólo circulaban unos pocos camiones y unos diez autos y jeeps. Rancho se integró a la vecindad y a su gente. Paralelamente funcionaba Rancho Grande con parte de gente experta que estaba ahí en la cocina junto a sus hijas. Quizás no haya sido lo que él quería, pero no se atrevía a encarar al patrón y pedirle ayuda en dinero para el proyecto del restaurante. Poco a poco se le fue acercando, valiéndose de su nuevo cargo de confianza. Hasta que una de esas noches de relajo donde se regresa a casa cuando ya la gente no llega porque ha empezado a nevar, Brautigam apareció en su casa para una charla casual.

Brautigam se junta con don Rancho

ALBERTO BRAUTIGAM LÜHR, distinguido contable de la Estancia, quien ya participaba en actividades comerciales en la ciudad. Una gran amistad con Rancho le hizo convertirse en pieza fundamental para la idea. 
TEODORO HOLMBERG MUZENMAYER, mejor conocido como Don Tello, gran aliado comercial de Hernán Carrasco. (Fotos familia Holmberg Barrientos; foto Nano Brautigam, confiada en 1988).

—Me gustaría que me cuente —le dijo con cautela y gentileza— por qué conoce usted a tanta gente. Brautigam lo había estado observando en muchas oportunidades tanto laborales como sociales, y se daba cuenta que no eran pocos los que le hablaban de él.

—Ah sí, es por mi trabajo y yo diría por mis tantas andanzas —respondió Rancho, casi con orgullo. Especialmente las estancias argentinas, donde todos me ubican bien.

—Mire, traje una de mis botellas de whisky. Bebamos, total mañana llegaremos tarde pero no importa, el jefe soy yo —riendo de buena gana.

 Así era la relación de don Alberto con subordinados, empleados y su gente. Don Bráutica, como acostumbraban decirle los campesinos, fue un gran hombre. Y un comerciante exitoso, ya que provenía de la administración contable con asiento en la Estancia de la Compañía, que estaba ubicada a unos tres kilómetros de Coyhaique, camino a Coyhaique Alto. Pasó el tiempo y llegaron nuevos frentes que cubrir. Dejó las cosas andando con instrucciones, tomó a tres personas nuevas para el pesaje y el pago de los fardos, y fue a hacer unas compras para un alambraje de la estancia Sol de Mayo. Sin aviso alguno, su jefe le anunció la buena nueva, que lo contrataría con mejor paga por ser un hombre muy capacitado, y absolutamente vital para la buena marcha de su negocio.

Mientras tanto, ya no sólo en Coyhaique se sabía lo del restaurante. La gente había comenzado a oír el anuncio de que se reabriría la actividad de una posada definitiva en al camino a Balmaceda, y se estaban preguntando por qué habían elegido el nombre de Rancho Grande para ponerle a ese negocio a orillas del camino. 

 

Rancho Grande en las marcaciones, con sombrero al fondo (Foto familia Mansilla)

El Rancho Grande ya es una buena noticia

Incontables personas comenzaban a dar sus opiniones y otros a inventar, hasta que el lugar se transformó en un hervidero de historias, de apodos, de orígenes misteriosos y de ideas que vienen y van. Entonces, Rancho tuvo que citar a una reunión de amigos para contar la historia del nombre.

Prepararon un asado para cien por lo menos, todos amigos y conocidos. Cuando llegaron los discursos, Carrasco, hombre de pampas y faenas, de potente vozarrón quiso por fin dar a conocer los detalles.

El nombre Rancho Grande apareció durante una rosca con un paisano de Buenos Aires muy capacitado para el fierro, que se encontraba trabajando en la frontera con los gendarmes. Justo para el 25 de Mayo carnearon como veinticinco corderos para armar una fiesta y a Rancho le tocó degollar junto a otros dos hombres, pero se demoró un poco, más de lo habitual. En minutos llegó vociferando y rojo de rabia el paisano argentino y lo encaró, insultándolo por haberse demorado. Entonces con toda calma Rancho se incorporó y lo encaró también. Sacó su facón grande y en una vuelta lo tomó y le puso el arma en el pescuezo. 

Rancho era gigantesco, un hombre abultado y voluminoso que sabía infundir respeto. En un momento el facón del gaucho lo anduvo hiriendo en la mano, pero se incorporó rápidamente y su arma le cortó completamente la muñeca al argentino, momento que aprovechó Carrasco para írsele encima, inmovilizarlo y dejarlo listo para degollarlo. El hombre quedó totalmente indefenso y Rancho como dueño absoluto de la situación. Entonces se escuchó al comisario gritarle con voz en cuello: 

—¡Espere Carrasco, no lo mate, no lo mate! ¡Déjelo no más! ¡Que se vaya a la gran siete! 

El pibe montó su caballo sin decir palabra ni mirar a nadie. Quejándose de dolor, se perdió para siempre en la lejanía de la pampa. Aquella noche de fiesta, juegos y licoreos, todos brindaron por la hazaña de Carrasco, triunfador del entrevero. En un momento, fue el mismo comisario que se hizo aplaudir cuando exclamó: 

—¡Parece que a este argentino, el chilenito le quedó más grande que un rancho!

Carrasco miró a quienes se encontraban escuchando la historia y pidió más mate. En el ruedo, las sonrisas y los palmoteos eran barahúnda total.

La organización familiar del negocio

Y parece que mandó a hacer por primera vez un letrero para ponerlo a la entrada del camino. Al día siguiente fue donde don Alberto y le pidió un crédito. La casa grande que habían comprado, se transformó en 1969 y se hicieron mejoras debido a la gran demanda del negocio, un agregado y varias otras reconstrucciones. 

Carrasco reunió a la familia y habló fuerte, preparando lo que venía. Les informó que había que mejorar el local, y le preguntó a su mujer si estaba en condiciones de asumir labores de cocinería, y ella recalcó especialmente, que sin ayuda de sus hijos, no. Porque era mucho trabajo para una persona sola. Entonces doña Ema, la madre, junto a sus cuatro hijos se unirían y complementarían mutuamente para una gran obra familiar, lo que a la postre significaría un inmenso éxito. Eda Ávila, una cuñada cercana, también quiso integrarse al grupo de trabajo, al menos para ayudar, dijo. 

En 1969 se lanza oficialmente el proyecto Rancho Grande. Para que eso sucediera, primero tuvieron que remodelar la inmensa casa de madera, construyendo al mismo tiempo unos agregados. 

Hernán Carrasco, provisto del apoyo de toda la familia y organizado a través de contactos y amistades, de grupos de gente que le conocían, abrió las puertas de su restaurante pero no tan fácilmente, pues todos estos trabajos y preparativos casi lo llegan a enfermar. Tuvo además que pasearse por gente de confianza, empresarios que tal vez podían ayudarlo o tenderle una mano. Don Tello, uno de los socios propietario de la casa comercial Holmberg Hermanos de la calle Condell, sería uno de los que le tendió la mano, autorizándole un crédito en la ferretería. 

Una de las más sensatas decisiones que había tomado Rancho cuando joven era haber integrado el equipo de Alberto Brautigam en los conocidos almacenes de la calle Horn con Bilbao. Eso le avalaba en cierta forma como un hombre correcto y confiable. 

La coordinación con sus otras faenas

Grandes amistades, y fervorosos grupos de integración parecían ser en aquellos lejanos tiempos la tónica que movía voluntades ciudadanas. Muchos vecinos y sus familias establecieron sólidos lazos de amistad y cariño. Paralelamente, Rancho cumplía funciones en su propio predio comprando y pagando la lana de don Alberto, pesándola en bretes especialmente habilitados y pagándola según el precio que arrojaba el sistema de pesaje que ahí mismo funcionaba bastante bien. 

Sus hijos le acompañaban en estas misiones que no eran tan difíciles pero que demandaban gran precisión y ojo, ya que podían llegar vendedores con artimañas. Por ejemplo, más de algunos de éstos le echaban leche a la lana para que quede mojada y aumente de peso. Leche o agua y a veces arena. El  inmenso galpón de acopio y una romana de 500 kilos que se instaló cerca de los bretes recibían muchos pesajes. El equipo familiar de Rancho Grande trataba casi siempre igual a todos los vendedores que llegaran, sin distingos. La operación tardaba unos veinte minutos e incluía pesaje de la lana, acopio y entrega del producto a Brautigam, quien a su vez tenía contactos comerciales con los ingleses de Valparaíso, y embarcaba los bolsones en camiones hasta el molo de Puerto Aysén, donde se llevaban después a bordo de los vapores que pasaban cada semana por ahí. No tuvo tiempo para analizar ni enmendar ni denunciar las artimañas de los vendedores de lana en el momento en que iban a pesarla a la romana. Durante el pesaje ponían no sólo leche para aumentar el pesaje, sino también arena a los fardos, para que los números de la romana subieran mucho más. Y finalmente, cuando llegaba ese momento en que se maniobraba la báscula para establecer el peso definitivo del fardo, se iban atrás y ponían un brazo o una mano sobre los fardos, haciendo presión para aumentar los números. 

La distinguida clientela

Muchas instituciones públicas y privadas solicitaban comidas, desde las 7 y media hasta la medianoche y más. A veces se juntaban hasta 3 y 4 comidas en ese lapso, con gente de Corhabit, Corfo, Dirinco, Intendencia, Gobernación, Bancos, Regimiento, Carabineros, Profesores, Comerciantes, Huasos…un sinfín de clientes que solicitaban espacios para festejar u organizar alguna reunión social, los que eran atendidos por toda la familia Carrasco Fourniel. 

Carlos Ibáñez del Campo llegó en varias ocasiones hasta el restaurante de Rancho invitado por los amigos más cercanos, el ganadero Víctor Prieto, Juan Mackay y varios otros y cuando Rancho cumplió su servicio militar en Los Lagos, había hecho buenas migas con Ibáñez y él se acordaba de esos tiempos de juventud. El día de la visita del general, Rancho mató una potranca con cuero que hizo que todos se relamieran, incluido el presidente, que festejó la celebración.

La llegada del presidente Ibáñez al Rancho Grande era apoteósica. Muchos lo recuerdan cuando se acercaba a un pilar en el centro del comedor para rascarse gustosamente la espalda. Nadie lo molestaba. Su retrato colgaba en la parte más visible del salón principal. Fueron compinches y profundos amigos con Rancho. Tanto o igual que con los Mascareño de Balmaceda

Los últimos años estuve con este grande del Coyhaique de los 40. Me escuchaba los domingos el programa que yo dirigía en la San María, Entre gauchos no hay fronteras. Reía, lloraba, con su radio a pilas a todo volumen escuchando la voces de sus amigos muertos sentado en la misma silla que le gustaba tanto a Ibáñez cuando venía.

Pinto esta crónica, acompañado de mis horas silenciosas para recordar a Hernán Carrasco Guarda. En cierto modo fue un grande. Y estas ideas lo dibujan. Aunque, si las palabras nos redimieran o absolvieran de algo, pienso que escribir estas cosas, probablemente nos permitan sobrellevar nuestras propias erosiones en un gozo casi terapéutico y sanador.

Esto de Rancho se parece mucho. Es como una verdadera exhortación a la nostalgia y al infinito.

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OBRAS DE ÓSCAR ALEUY

La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona). 

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