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Por Oscar aleuy , 25 de febrero de 2024 | 22:54La Ciudad de los Césares, cerca del Aysén mitológico
Atención: esta noticia fue publicada hace más de 9 mesesEn 1528 algo ocurrió con los rumores de la existencia de una ciudad misteriosa en la Patagonia. Miles de expedicionarios empezaron a buscar una ciudad que no existe (Crónica Óscar Aleuy)
Nuestra más atractiva leyenda aysenina sigue siendo la de una ciudad perdida. Cuando el virrey del Perú anunciaba que, entre la provincia de Chile y el nacimiento del Río Grande, había una región hacia la parte del Mar del Norte que era muy poblada y opulenta, el rey de España se sintió muy contento. Corría el año 1528 y lo más probable era que el virrey recibiera apoyo y patrocinio para explorar, antes de lo imaginado.
La existencia de esta prodigiosa ciudad surgió en plena conquista española. La gente de la época recibió la noticia como un verdadero milagro, ya que se trataba de un paradisíaco paraje ubicado en la Patagonia donde se asentaba una ciudad desbordada de metales preciosos y con tierras extraordinarias para la explotación agrícola y ganadera. Incluso se supo que presentaba una planta cuadrada, construcciones de piedra labrada y edificios con tejas que refulgían bajo el sol. Sus templos, e incluso el pavimento, eran de oro macizo. Algunas versiones la ubicaban en un claro del bosque, otras en una península, y algunas incluso dicen que estaba en el medio de un gran lago y contaba con un puente levadizo como único acceso. Abundaban en ella paredes y frontones de oro y plata. Con estos metales también se hacían asientos, cuchillos y rejas de arado. Tenía campanas y artillería, las cuales se escuchaban de lejos y hasta se decía que al lado de ella había dos cerros, uno de diamante y el otro de oro.
Algunos historiadores ven esta leyenda como un intento de la corona española por impulsar la colonización de las tierras del sur de América que, si bien eran importantes en términos estratégicos, ofrecían gran peligro y no resultaban tan atractivas a los ojos de los conquistadores.
Sebastián Caboto y Francisco César
La Ciudad de los Césares llegó a convertirse así en un verdadero mito de la conquista, al igual que El Dorado o la leyenda de la Amazonia. Existen numerosas descripciones de este lugar, y no faltan testigos que declaran bajo juramento las maravillas que habían presenciado. En una antigua crónica española incluso se sabía de la existencia de murallas con fosos, revellines y una sola entrada protegida por un puente levadizo y artillería. Sus edificios eran suntuosos, casi todos de piedra labrada, y bien techados al modo de España. Nada igualaba la magnificencia de sus templos, cubiertos de plata maciza, y de ese mismo metal eran las ollas, cuchillos, y hasta las rejas de arado. Para formarse una idea de sus riquezas, basta saber que los habitantes se sentaban en sus casas en asientos de oro. Eran blancos, rubios, con ojos azules y barba cerrada. Hablaban un idioma ininteligible y las marcas de que se servían para herrar su ganado eran como las de España, según lo destaca el autor de esta crónica en su consagrada obra Memorial de la Patagonia, Aysén (Ril Stgo.,2012)
Los nombres que recibió esta comarca son variados: Ciudad Encantada, Ciudad Errante, Lin Lin, Los Césares y La Trapalanda, entre muchos otros. La Ciudad de los Césares fue el nombre que prevaleció, y se ha tratado de explicar su origen en el viaje del capitán Francisco César, a quien acompañaba el navegante Sebastián Caboto.
Este capitán, según cuenta Ruy Díaz de Guzmán en la Historia del Descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata, salió en 1526 de Sancti Spiritu, a orillas del río Paraná, y fue al sur con catorce hombres, haciendo una entrada a través de unas cordilleras y hallando gente muy rica, rodeada de oro, plata, ganados y carneros de la tierra, con cuya lana fabricaban ropa muy bien tejida. Cargado de presentes regresó al fuerte, que halló destruido y tras largo peregrinar llegó al Cuzco. Otros orígenes indican que los pobladores de la ciudad eran náufragos de la expedición de Simón de Alcázaba, los que habían sido abandonados en el Estrecho de Magallanes, o incluso se llegó a hablar de un grupo de incas que, huyendo de la conquista, habrían formado una población al sur del Continente.
También se relaciona con este mito a una de las naves de la expedición del Obispo de Plascencia Gutiérrez Vargas de Carvajal (1539), que se perdió en el Estrecho dejando ciento cincuenta hombres en tierra, entre los que probablemente se encontraban el comandante de la expedición fray Francisco de la Rivera y el capitán Sebastián Argüello. La tradición esclarece que la ciudad recibió a los infortunados pobladores de las colonias Jesús y Rey Felipe (1583) fundadas por Pedro Sarmiento de Gamboa, o incluso a los pobladores salvados de la destrucción total de la ciudad de Osorno en 1599, parte de los cuales se dirigieron a Chiloé. Otros cruzaron la cordillera y, aparentemente, plantaron extensos manzanares y se quedaron por un tiempo ahí.
Los que más buscaron
La leyenda de la Ciudad de los Césares ha sido de buen conocimiento para algunos, pero escaso y raquítico para otros, que sólo la conocen superficialmente. Veamos qué pasó entonces con lo que sigue, ya que este anzuelo lanzado por el Reyno de España ordenó encontrar a como dé lugar esta extraña ciudad.
El propio Juan de Garay intentó la difícil empresa, pero murió antes de concretarla. Hernando Arias de Saavedra salió de Buenos Aires en 1604, y durante cuatro meses buscó la ciudad junto a doscientos hombres y numerosas carretas. Gerónimo Luis de Cabrera la buscó desde Córdoba en 1622. Ambos encaminan sus expediciones hacia las zonas de las pampas y la Patagonia. En 1620, proveniente de Chiloé el Capitán Juan Fernández cruzó la cordillera y llegó hasta el lago Nahuel Huapi. El relato de este viaje se convertiría con el tiempo en la primera crónica sobre la región.
Tampoco tuvo suerte el padre jesuita Nicolás Mascardi, que mezclaba en sus expediciones el celo misionero con la esperanza de encontrar esta ciudad de Lin-Lin, y llegó hasta Punta Vírgenes, junto al Atlántico. En 1707, el explorador Philip van der Meeren murió envenenado por el cacique Tedihuén y en 1716, el padre José Guillermo corrió la misma suerte en la toldería de Manquinuí. En 1717 fue el turno del padre Francisco Helguea, quien fue lanceado mientras los indios atacaban e incendiaban su campamento.
Dos siglos y medio después, el gobierno de Chile reunió nueve volúmenes de antecedentes que se conservan en los archivos, a partir de la propuesta del Capitán Don Manuel Josef de Orejuela para emprender la conquista de los Césares en 1781. De estos papeles Don Pedro de Angelis, hizo un extracto que publicó en su Colección. Dos años después el Padre Menéndez realizó varios viajes para encontrar la mítica Ciudad de los Césares. Fue el último viajero que la buscó.
Aspecto y el talante de sus gentes
Como ya dijimos con anterioridad, sus habitantes son descritos como altos, rubios y barbados, y hablan una lengua extraña, semejante al español. Según diversas fuentes, pueden ser considerados inmortales, o personas sanas que sólo mueren a una edad muy avanzada. Algunos dicen que son exactamente los mismos que fundaron la ciudad, ya que no nace ni muere nadie en la ciudad encantada. Otras versiones hablan de vigías para detectar la proximidad de intrusos e impedirles el acceso que son invisibles para los que no son habitantes de ella, y que pueden verse a veces justo al atardecer o el Viernes Santo.
Desde el más insignificante poblado hasta una gran urbe, estas notas cronísticas se reciben como sucesos inquietantes que perturban la mente y el espíritu. ¿Qué hay, pues, de verosímil en toda esta colección de aseveraciones? ¿Se trata de una irracional promoción propagandística del rey de España para sustentar los milagros del catolicismo? ¿O sólo se procura llamar la atención para que se muevan desde todas partes grupos expedicionarios que descubran una región llena de promesas?
Tal vez sea la Ciudad una de las experiencias más ricas y variadas del imaginario colectivo. Se trata de un mito que adquirió vida propia a partir del siglo XVII a través tanto de las expediciones de los jesuitas, con un Nicolás Mascardi, que buscó a la gran ciudad donde él creía que estaba, cerca de Nahuelhuapi, el gran lago glaciar de Los Andes. Mascardi va entregando cartas en español a distintos poblados del lugar para que, si los lugareños saben de la ubicación de la ciudad, que se lo hagan saber, ya que se sabe que está habitado por españoles que podrían contar muchos detalles desconocidos. Se sabe que en ese intento hay un indígena que le habla de un cacique llamado Molicurá, aunque es algo que se encuentra muy lejos de la realidad, ya que se trata de tribus dispersas y alejadas del centro de atención.
Últimos alcances
La imaginación por una ciudad perdida que sigue viva e induce a la gente a seguir buscando es interminable y sugerente. Continúan apareciendo hasta nuestros días investigadores que brujulean nuevas versiones. Siguen armándose pequeñas expediciones que corren y se mueven a través de selvas y lugares recónditos.
Tanto Manuel Silva (Pacha Pulai) como Manuel Rojas (La Ciudad de los Césares) se han unido felizmente al mundo creativo universal en dos novelas que se hicieron famosas, tanto o más que la Ciudad de Jauja que cumplía todos los deseos y las órdenes. Particularmente, la obra de Silva se construye a partir de la desaparición en avión del teniente Alejandro Bello y su imaginaria llegada a la ciudad perdida de Pacha Pulai. En cambio, Rojas describe la vida de Onaisín, un indio ona de Tierra del Fuego que vive tranquilo junto a su perro, hasta que los españoles llegan en busca de la supuesta Ciudad de los Césares.
Hoy por hoy, el concepto de Ciudad de los Césares seguirá formando parte de ese imaginario popular americano que se ubica en este caso en el sur de América y que tiene las mismas correspondencias y entidades simbólicas de las Siete Ciudades de Cíbola en tiempos de la conquista de España por los moros.
No me compete determinar un juicio respecto a esta temática tan altisonante y misteriosa. Más bien prefiero aplaudir la llegada al mundo del hombre de estas maravillosas conformaciones mitológicas que lindan en las fronteras de la imaginación y le dan sabor a un mundo creativo y poético que permiten ir más allá de lo posible.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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