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Por Oscar aleuy , 23 de febrero de 2025 | 19:08La Guerra de Chile Chico: un enclave de argucias, artimañas y provocaciones

El año 1910 fue la primera vez que algunos caminantes escucharon hablar de Chile Chico, cuando arreaban animales por la pampa rumbo a Tierra del Fuego. Quedó con ese nombre en comparación con el Chile Grande que ellos conocieron en el sur.
Unas familias aparecidas de la nada se establecieron para vivir y trabajar en sus inmediaciones, mucho antes que se formara la primera población. Nueve años después por primera vez solicitaron permiso de ocupación y la oficina de Tierras se lo otorgó.
Un movimiento similar de intromisión a los intereses mercantilistas de las compañías ganaderas que estaban ahí, activaría todas estas acciones de ocupación. La propia Pampa del Corral, el futuro Coyhaique, obedece a una ocupación tildada como ilegal por los administradores ingleses que firmaron un contrato de concesión para explotar pecuniariamente los espacios del Áysen. Pero lo de Chile Chico sería distinto a Baquedano ya que habría trampas, engaños y artimañas, incluso enfrentamientos armados entre pobladores y carabineros azuzados por los terratenientes ingleses. Y muertes, además. El motivo obedece a una intromisión de extraños en las tierras arrendadas al Estado de Chile, algo que no correspondía, aunque seguían siendo tierras libres, con permiso de ocupación, pero sin títulos de propiedad. Un negocio entre Chile y los místeres que ejercían los mismos contratos concesionales en Magallanes para hacer que funcione la explotación de sus negocios ganaderos.
Un parelé sin fundamento
Bajo ese ambiente de inestabilidad e injusticia se vivió una verdadera guerra. Al respecto, por una cuestión de definición y explicación etimológica, levanté la voz en cierta columna del Diario Divisadero por allá por mediados de los 90 cuando grité la frase que llamó la atención de Danka Ivanoff, la historiadora aysenina autora del primer libro sobre la Guerra de Chile Chico. Ella protestó vivamente porque me basé en la definición del diccionario de la Real Académica Española, cuya definición no valida como guerra lo de Chile Chico sino un simple acontecimiento de maquinaciones y engaños. La guerra es mucho más que eso, ya que implica una desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias y un movimiento de tropas y armamentos. Así y todo, Danka se encargó de darme un argumento de peso y que a la postre le dio la razón cuando dijo que se produjeron enfrentamientos armados entre carabineros y pobladores, sin entrar a ser un enfrentamiento bélico entre potencias. Por la forma en que se dio este conflicto, los que provocaron la guerra fueron los argentinos y los ingleses coludidos y eso ya habla por sí solo de un enfrentamiento bélico con artimañas y afanes bélicos implícitos por hermanarse con la maquinación, la conspiración y también la provocación.
Bueno. A medida que iban ingresando los llamados colonos libres (yo siempre interpongo aquí la frase que me enseñaron varios de los pioneros que entrevisté: tomabámos tierras como propias hasta donde la vista alcanzara), se dejaba venir sesgadamente la colonización espontánea, no sólo porque había una posibilidad del Estado de premiar con una buena cantidad de hectáreas por hijo parido dentro de la asunción espontánea de la primera hijuela.
Fue el momento que comenzaron a llegar los colonos desde las ciudades del centro y del sur de Chile Grande, hasta encontrarse con las mejores tierras cultivables en el Chile Chico.
La primera artimaña
Ya comenté sobre la naturaleza de lo artificioso y mañoso del proceder de los gerentes y administradores de Magallanes al concesionar las tierras de Aysén. Sin mediar orden ni medida, se enteraron que algunos colonos libres estaban negociando con éxito grandes animaladas en Comodoro, los que trasladaban por la ruta lacustre. Un halo de indignación se instala en sus cerebros y, desde luego, una sensación de que esas personas se encontraban entorpeciendo el trabajo propio de las concesiones.
Mandan a un emisario a investigar en tono bondadoso, pero igual que una mansa oveja disfrazada de lobo. El que llega es Julio Vicuña Subercaseaux, que se presenta a los pobladores como un inversionista interesado en comprar. Danka alude a una mera casualidad de que se haya enterado a qué venía en realidad. Al respecto, entrevisté a Avelino Díaz, nieto de Porfirio, quien escuchó en el barco en que venían estos magallánicos el plan que tenían para comprarle el ganado a buen precio y expulsarlos del lugar. Más allá del tiempo que transcurrió para que Avelino pudiera avisarle a Antolín Silva que se preparen porque vienen gallos con malas intenciones, la historia se nutre con estos nuevos datos. Avelino se transforma con esa correría en el más importante chasqui en medio de la guerra que comenzaba.
Adolfo Rubilar sería el que en Santiago elevaría un escrito a la Inspección de Tierras solicitando se atienda la constancia que los pobladores nombrados en número de siete se encuentran trabajando normalmente la tierra que es de ellos y que, en cualquier caso, dentro de la legalidad. Solicitaban preferencia en casi de que hubiera un litigio. Tiempo después los terrenos que ocupaban los colonos son demandados por otras personas como Moisés Errázuriz y Julio Vicuña. Este último exige que se sometan a remate los terrenos, moviendo hilos personales, amigotes y conocidos en el gobierno.
El remate en Santiago
Hay un acontecimiento que dibuja claramente los artilugios empleados tanto por los administradores de las estancias como por un testaferro de nombre Carlos Von Flack, quien es uno de los principales actores de este atentado contra la moral en las fronteras de Chile Chico. La cita textual de Ivanoff en La Guerra de Chile Chico se lee así: Carlos von Flack no fue más que una marioneta movida por los hilos del poderosos grupo magallánico, quienes vieron con preocupación que el floreciente grupo de pobladores del Lago Buenos Aires, representaba una amenaza para sus intereses en todo el territorio de Áisen. A ello, agregaría yo que se trataba nada menos que del pariente político del mismísimo Ministro de Tierras de la época. Menudos amigotes. El remate se lleva a cabo a la hora en punto, sólo se presentan los terratenientes y el testaferro Carlos von Flack. Mientras tanto en Chile Chico nadie sabe nada hasta un tiempo después. Viaja entonces el decidido profesor del lugar Arsenio Melo a ver si logra revertir la situación, pero es demasiado tarde, nadie se presentó a la hora y el trámite está oficializado. Mientras tanto, el diputado Nolasco Cárdenas inicia una gestión de defensa de los pobladores, Melo regresa a contarles a todos que la gestión se está realizando. En octubre del 17 el diputado pronuncia un discurso de defensa de los derechos de los colonos y lo que más se destacó es que un remate de sus propiedades se había efectuado prácticamente a puertas cerradas. Una vez suscrita la escritura fue notificado un grupo de carabineros para desalojar el lugar que con tanto sacrificio habían obtenido.
Aparece José Antolín Silva
Entretanto, Melo se reúne con los campesinos y les advierte que tienen que defenderse a como dé lugar, que se busquen un capitán o un líder y se defiendan con uñas y dientes para no quedarse con las patas y el buche.
En Febrero de 1918 se apercibe en el lugar José Antolín Silva que, a la postre, vendría a convertirse en el líder de los pobladores, al ser el único capaz de aplicar estrategia militar por sus conocimientos anteriores.
Se han oído varias versiones sobre la estrategia que lo hizo famoso sobre las rondas de jinetes montados que pasaron toda la noche contra el claroscuro de las colinas iluminadas por fogatas. Algunos les ponen mucho pino cuando cuentan esto y le echan más con l’olla que con el fundamento. Lo cierto es que Silva hizo pasar a ese grupo de caballos en desfile frente a las fogatas y las siluetas se reflejaron bien en las laderas de otros cerros colindantes, por lo que la tropilla parecía ser muy numerosa, lo que hizo pensar a la gente de von Flack que eran muchísimos y seguramente por eso como que se le anduvieron aconchando los meaos.
Un mes después de la entrada de Silva llegaron los hermanitos Carlos y Gustavo Von Flack acompañados por dos peones y media docena de carabineros a cargo del teniente Leopoldo Miquel.
―Queremos comprar las tierras. Y venimos a medir y a calcular el valor ―dijeron.
Les respondió el más sabio, el de más edad y el de más capital, Cantalicio Jara. Pero al otro día se cambian los argumentos ya que no les dan posibilidades de buscar otro lugar para vivir y al parecer piensan cerrar rápido el acuerdo.
―¡Y usted cree que es cosa de llegar e irse! ¡Está loco, mire la cantidad de hacienda, de reses, de vituallas, de maquinarias! ¡Me ha visto las verijas!
Miquel entonces por primera vez lanza amenazas a los presentes.
―¡O se me retiran rápido de aquí o tendremos que hacer uso de las armas! Los papeles que llevo me dan plenos poderes para hacerlo.
En un principio Cantalicio decide buscar a hermano y a los pobladores que viven más cerca. Los lleva a Bahía Jara y les comunica que, dada la situación, deben regresar a la Argentina donde estaban. Pero entonces Antolín Silva toma la palabra y en una encendida y fervorosa proclama los convence de que deben defender las tierras que son nuestras sin dejarse pasar a llevar por ningún mal parido.
Mientras en el Congreso se estaba debatiendo el problema presentado por Nolasco y apoyado por otros ministros, el malvado Von Flack y sus esbirros buscaba la forma de salirse con la suya, acosando a los ganaderos del lago Buenos Aires, la fuerza militar y la comitiva que los acompañaba.
Hay que sacar a los chicos y a las mujeres de ahí
Cantalicio avisa a los pobladores no tan solo de la zona sino también a Ceballos y a Fachinal para evacuar a las familias por el inminente ataque armado que preparaban los de Von Flack. En una noche erradican de ahí a las mujeres y los niños cruzando a caballo el río Jeinimeni y Los Antiguos recorriendo unos cuarenta km. Hasta guarecerse en el conocido arroyo Las Chilcas luego de pasar de largo por la Estancia Ascensión hasta llegar al campo de Pedro Maldonado.
Una vez que están en tierras seguras, proseguirán las escaramuzas y vendrán nuevos acontecimientos de distintas facturas y motivaciones, que conoceremos en la segunda parte de esta historia, la semana próxima como siempre.
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OSCAR ALEUY, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas y memoriales de las vecindades de la región
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de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en una difícil tarea de autogestión.
Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia de niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.